jueves, 21 de enero de 2010

Humita

Sentir en el alma, aromas de albahaca pa'l carnaval"



Así dice la zamba que cantaba Nilda recordando el carnaval salteño... sin embargo yo pienso en la albahaca casi siempre relacionada con la humita. Porque la albahaca es uno de los aromas fundamentales en este plato. Habrá muchas variantes en las recetas, pero si falta este perfume, es para mí una humita a la que le han robado el alma...






La humita es uno de esos platos que mi abuela preparaba con dedicación y esmero durante largas horas en un fuego de brasero y en la olla de hierro, de ella  heredé el gusto particular por la humita. Es un plato muy tradicional del noroeste argentino y naturalmente se prepara también en otros países de América donde la cultura del maíz ha sido base de la alimentación.


La preparación es lenta y más bien laboriosa, sobre todo si se tiene en cuenta que en este período del año las temperaturas son elevadas. Se puede distinguir entre humita en chala (envuelta en las hojas que recubren las mazorcas de choclo) y humita en olla.


En Salta conocí la humita. Choclo rallado, cebolla, tomate, pimiento rojo y albahaca. En olla o en chala para ello separabamos cuidadosamente las mejores hojas para envolverlo, se lavaban y se guardaban solo las mejores;  rallabamos cuidadosamente los choclos y luego se ponia junto con los otros ingredientes en la ollita. Esperabamos muchas horas hasta que por fin estaba listo.

 Ella me enseñó los secretos de cocción, hoy lo preparo para mí...no se si me saldrá parecido, si recordaré los detalles, pero si la recuerdo a ella, inclinada sobre el braserito con sus dedos arrugados, revolviendo y esperando.


Mi humita de hoy tiene un sabor particular el sabor del recuerdo....







HUMITA EN OLLA

Aceite y un poquito de manteca (o en la versión original, grasa de pella)



1 cebolla grande


1 cdta. pimentón


ají molido (opcional)


2 tomates medianos


1 falda de pimiento rojo


15 choclos bien granados


leche o agua hirviendo


sal


1 cdta. azúcar


4 hojas de albahaca






Se frie la cebolla picada en el aceite. Se agregan las especias (pimentón y ají), el tomate bien picado y se frie un poco. Mientras tanto se habrán rallado los choclos. Alguna gente para agilizar esta parte procesa los granos en una licuadora, pero el resultado final no es el mismo, porque queda mucho "hollejo". Con paciencia hay que rallar en la parte fina los choclos, recogiendo en una fuente la pasta. Los marlos rallados se remojan en un poquito de agua caliente y echandoles chorritos de agua o leche se los raspa con un cuchillo para obtener todos los restos de fécula. Se agrega esto a la olla y se cocina a fuego lento revolviendo para que no se pegue. Se habrá agregado el pimiento, la sal y el azúcar. A mitad de la cocción se agregan las hojas de albahaca.


Debe cocinarse hasta que se forma una crema más bien espesa.
y luego a disfrutarla

Dulce o salada, al plato o en chala, con queso fresco, con queso de cabra, lo unico q debe tenerse en cuenta es no comerla al aire libre mientras caen las cenizas del volcán jajjajajjaja; Esa es la unica manera que no me gusto.

                                        Laura





miércoles, 20 de enero de 2010

Estados de ánimo

Mario Benedetti











Unas veces me siento


como pobre colina


y otras como montaña


de cumbres repetidas.






Unas veces me siento


como un acantilado


y en otras como un cielo


azul pero lejano.






A veces uno es


manantial entre rocas


y otras veces un árbol


con las últimas hojas.


Pero hoy me siento apenas


como laguna insomne


con un embarcadero


ya sin embarcaciones


una laguna verde


inmóvil y paciente


conforme con sus algas


sus musgos y sus peces,


sereno en mi confianza


confiando en que una tarde


te acerques y te mires,


te mires al mirarme.







viernes, 15 de enero de 2010

La aventura del conocimiento y el aprendizaje Por Alejandro Dolina

La velocidad nos ayuda a apurar los tragos amargos. Pero esto no significa que siempre debamos ser veloces. En los buenos momentos de la vida, más bien conviene demorarse. Tal parece que para vivir sabiamente hay que tener más de una velocidad. Premura en lo que molesta, lentitud en lo que es placentero. Entre las cosas que parecen acelerarse figura -inexplicablemente- la adquisición de conocimientos.







En los últimos años han aparecido en nuestro medio numerosos institutos y establecimientos que enseñan cosas con toda rapidez: "....haga el bachillerato en 6 meses, vuélvase perito mercantil en 3 semanas, avívese de golpe en 5 días, alcance el doctorado en 10 minutos....."


Quizá se supriman algunos... detalles. ¿Qué detalles? Desconfío. Yo he pasado 7 años de mi vida en la escuela primaria, 5 en el colegio secundario y 4 en la universidad. Y a pesar de que he malgastado algunas horas tirando tinteros al aire, fumando en el baño o haciendo rimas chuscas.


Y no creo que ningún genio recorra en un ratito el camino que a mí me llevó decenios.






¿Por qué florecen estos apurones educativos? Quizá por el ansia de recompensa inmediata que tiene la gente. A nadie le gusta esperar. Todos quieren cosechar, aún sin haber sembrado. Es una lamentable característica que viene acompañando a los hombres desde hace milenios.


A causa de este sentimiento algunos se hacen chorros. Otros abandonan la ingeniería para levantar quiniela. Otros se resisten a leer las historietas que continúan en el próximo número. Por esta misma ansiedad es que tienen éxito las novelas cortas, los teleteatros unitarios, los copetines al paso, las "señoritas livianas", los concursos de cantores, los libros condensados, las máquinas de tejer, las licuadoras y en general, todo aquello que no ahorre la espera y nos permita recibir mucho entregando poco.


Todos nosotros habremos conocido un número prodigioso de sujetos que quisieran ser ingenieros, pero no soportan las funciones trigonométricas. O que se mueren por tocar la guitarra, pero no están dispuestos a perder un segundo en el solfeo. O que le hubiera encantado leer a Dostoievsky, pero les parecen muy extensos sus libros.


Lo que en realidad quieren estos sujetos es disfrutar de los beneficios de cada una de esas actividades, sin pagar nada a cambio.






Quieren el prestigio y la guita que ganan los ingenieros, sin pasar por las fatigas del estudio. Quieren sorprender a sus amigos tocando "Desde el Alma" sin conocer la escala de si menor. Quieren darse aires de conocedores de literatura rusa sin haber abierto jamás un libro.


Tales actitudes no deben ser alentadas, me parece. Y sin embargo eso es precisamente lo que hacen los anuncios de los cursos acelerados de cualquier cosa.


Emprenda una carrera corta. Triunfe rápidamente.


Gane mucho "vento" sin esfuerzo ninguno.


No me gusta. No me gusta que se fomente el deseo de obtener mucho entregando poco. Y menos me gusta que se deje caer la idea de que el conocimiento es algo tedioso y poco deseable.


¡No señores: aprender es hermoso y lleva la vida entera!






El que verdaderamente tiene vocación de guitarrista jamás preguntará en cuanto tiempo alcanzará a acompañar la zamba de Vargas. "Nunca termina uno de aprender" reza un viejo y amable lugar común. Y es cierto, caballeros, es cierto.






Los cursos que no se dictan: Aquí conviene puntualizar algunas excepciones. No todas las disciplinas son de aprendizaje grato, y en alguna de ellas valdría la pena una aceleración. Hay cosas que deberían aprenderse en un instante. El olvido, sin ir más lejos. He conocido señores que han penado durante largos años tratando de olvidar a damas de poca monta (es un decir). (...) Para esta gente sería bueno dictar cursos de olvido. "Olvide hoy, pague mañana". Así terminaríamos con tanta canalla inolvidable que anda dando vueltas por el alma de la buena gente.


Otro curso muy indicado sería el de humildad. Habitualmente se necesitan largas décadas de desengaños, frustraciones y fracasos para que un señor soberbio entienda que no es tan pícaro como él supone. Todos -el soberbio y sus víctimas- podrían ahorrarse centenares de episodios insoportables con un buen sistema de humillación instantánea.


Hay -además- cursos acelerados que tienen una efectividad probada a lo largo de los siglos. Tal es el caso de los "sistemas para enseñar lo que es bueno", "a respetar, quién es uno", etc. Todos estos cursos comienzan con la frase "Yo te voy a enseñar" y terminan con un castañazo. Son rápidos, efectivos y terminantes.






Elogio de la ignorancia: Las carreras cortas y los cursillos que hemos venido denostando a lo largo de este opúsculo tienen su utilidad, no lo niego. Todos sabemos que hay muchos que han perdido el tren de la ilustración y no por negligencia. Todos tienen derecho a recuperar el tiempo perdido. Y la ignorancia es demasiado castigo para quienes tenían que laburar mientras uno estudiaba.


Pero los otros, los buscadores de éxito fácil y rápido, no merecen la preocupación de nadie. Todo tiene su costo y el que no quiere afrontarlo es un garronero de la vida.


De manera que aquel que no se sienta con ánimo de vivir la maravillosa aventura de aprender, es mejor que no aprenda.






Yo propongo a todos los amantes sinceros del conocimiento el establecimiento de cursos prolongadísimos, con anuncios en todos los periódicos y en las estaciones del subterráneo.


"Aprenda a tocar la flauta en 100 años".


"Aprenda a vivir durante toda la vida".


"Aprenda. No le prometemos nada, ni el éxito, ni la felicidad, ni el dinero. Ni siquiera la sabiduría. Tan solo los deliciosos sobresaltos del aprendizaje".






"La aventura del conocimiento y el aprendizaje", de Alejandro Dolina.