martes, 4 de noviembre de 2014

Dia de los Fieles Difuntos

2 de noviembre.



Miles de jujeños manifiestan las tradiciones con sus fieles difuntos visitando desde temprano los cementerios de la provincia para recordar a sus seres queridos y participar de las diferentes ceremonias religiosas 
Los jujeños creen que la noche del 1 al 2 de noviembre, el alma de sus muertos retornan a la tierra para compartir con sus seres queridos y reiniciar el largo viaje, satisfecho del reencuentro. Por eso preparan  las Ofrendas , para esperarlos.
La jornada se inicia con  gran afluencia de personas hacia los cementerios para dejarles flores y ofrendas a los difuntos,  rezarles una oración y luego retornar a los hogares donde muchas familias, de acuerdo con una tradición ancestral, prepararon una mesa en su honor. Cada familia mantiene su forma particular de homenajear a sus difuntos, de acuerdo con sus tradiciones particulares y sus posibilidades y de acuerdo al tiempo que lleva muerto el familiar.

Por lo general, la ceremonias comienzan  el día anterior  poniendo sobre la mesa la imagen de todos los santos y las vírgenes que tienen en sus casas, junto a diferentes ofrendas, panes y comidas.
Los panes, preparados especialmente para la ocasión, tienen diferentes motivos, por ejemplo con forma de ángeles, llamas,  muñecos, palomas en representación del espíritu santo o escaleras ya que dicen que por ahí es por donde bajan y vuelven a subir las almitas al cielo”.

“Durante la mañana mientras se hacen  oraciones en su nombre se sirve el té con galletas y comidas que les eran habituales  o que más les gustaban y después se empieza a poner diferentes platos salados y dulces hasta las 12.  

Después del medio día la gente va al cementerio a visitarlos.  Allí, se les da chicha (bebida fermentada con las vainas del árbol de algarrobo o de maiz), gaseosa o vino, también se les suele prender un cigarrillo, dejarle coca o alguna comida en especial, todo compartiendo con los presentes

Luego de la visita la familia regresa a los hogares, donde ofrece una última oración,  se levanta la mesa y todo lo que estaba servido se reparte entre los presentes y también se comparte con la Pachamama como una forma de ofrenda ya que en ella descansan los difuntos.

Esta tradición es una práctica estrechamente vinculada con la cultura andina, ya  que cada hogar, sobre todo en las regiones de la Quebrada y la Puna, tiene su forma particular de recordar a sus muertos.
Al calor de los recuerdos, en los hogares, sobre todo del norte jujeño, nunca falta la música que era de agrado del difunto y el sonar de guitarras, quenas y sikus, para que se ponga contento y pueda, junto a todas las comidas puestas a la mesa, satisfacerse con las cosas que disfrutó en la vida terrenal.

El habitante de esta región cumple con sus difuntos, siguiendo una tradición nacida de la unión de supersticiones ancestrales y las convicciones religiosas cristianas 
Por ello, se reitera cada año la ceremonias de encender  velas a las imágenes veneradas en ese hogar,  visitar las tumbas  y dejar coronas confeccionadas con flores de papel
Las flores perduran años y le dan una característica muy distintiva a estos cementerios en altura de la Quebrada de Humahuaca. 

Entrevistos desde la ruta, con el sol  del  amanecer iluminándolos y las flores dando colorido a las montañas, el tiempo se detiene en  ese rincón del mundo  custodiado desde las alturas por los espíritus de los antiguos guerreros indios convertidos en cardón.

Al  retirarnos, llevamos en nuestras retinas  y en nuestros corazones certeza de haber compartido con nuestros antepasados una tradición milenaria que nos reúne,  nos convoca y nos rescata del olvido. 

viernes, 17 de octubre de 2014

7 de abril, Tucumán, circa 1937…..





     La abuela María era bajita, morochita, con poquito pelo canoso trenzado y hecho un rodetito atrás. No sabemos a que pueblo originario pertenecía, pero sus orígenes se remontan a muchos años atrás. Tal  vez haya nacido en Choya, en Catamarca porque sus recuerdos siempre se referían a la precordillera, a Catamarca, al viento… Tenía una amiga que cuando corría un viento fuerte le decía: “¡¡¡Cordillera Ña María!!!!”, refieriendose al viento frio que corre cerca de la precordillera.

     Era muy callada, nunca se reía a carcajadas, pero siempre tenía una sonrisa en su cara. El marido se llamaba Juan Ignacio y la abandonó con dos hijitos muy pequeños, mi papá Ramón y mi tía Emilia. El abuelo se fue con una prima de él que tenía 15 años.

     Mi abuela vivía cruzando el callejón enfrente de casa en una casita linda. Recuerdo una pieza grande con una mesa llena de santos, los principales eran San Roque y San Antonio, a los que los vecinos les traían velas para solicitar favores. Por ejemplo a San Roque le pedían por los enfermos, por la epidemia,  a San Antonio, por animales perdidos o que apareciera algún novio fugado, a San Lorenzo por algún quemado o por los incendios, a santa Lucia por los afectados por la vista, etc.  Vírgenes y Santos se distribuían en la mesa y en las ocasiones que venía el promesante  a pedir un favor especial o a agradecer, se lo ponía el lugar más destacado para aceptar la petición o la ofrenda.
El más destacado entre los santos de la mesa de mi abuela era un San Roque en una estatuilla de bulto de aproximadamente 50cm de altura

     Había también sobre la mesa, un nicho de madera que contenía a los santitos más chicos y en la madera del cajoncito se clavaban las ofrendas en plata que las personas le ofrecían al santo para pedirle que los sanara (Por ejemplo ojos, brazos, piernas, corazón o  de animales perdidos para que aparecieran  por ejemplo chanchitos, cabras, vacas etc)
Frecuentemente se hacían novenas en el día que le correspondía al santo del mes y venían los vecinos a rezar 8 noches seguidas y la 9na noche se hacia una fiestita. Se tomaba mate, (recuerdo  que el mate de mi abuela era de plata labrada con tres patitas) o se servía café a los grandes y  mate cocido a los chicos. La rezadora  de las novenas era la Tía Emilia y entre las oraciones se intercalaba una especie de cuento, relacion o verso que narraba la historia del santo al que se lo veneraba ese día y  sus milagros.

     En invierno se colocaba en el centro de la habitación un brasero con brasas y alrededor las personas se sentaban  en sillas, bancos o tablones.

     Se hacían juegos, por ejemplo El juego del botón  que consistía en encerrar un botón en la palma de las manos y se iba poniendo en las manos de cada jugador y en determinado lugar se lo soltaba el botón en las manos de algún participante y cuando terminaba la ronda, otro jugador debía adivinar quién tenía el botón, Si adivinaba quien tenia el botón se reiniciaba el juego uy si perdia tenia que cuplir una prenda   que consistían en  imitar el canto de algún animal y si no salir a la vereda y gritar algo con rimas: “ vecina, vecina se le quema la cocina” [i]

     La gente mayor se entretenía contando cuentos de aparecidos, de fantasmas, de animales, del Alma Mula, el Duende, el Petizo Sombrerudo, el Mano de lana, El Curupí, el Familiar y  sucesos notables o historias antiguas. Se quedaban hasta las 12 o la 1 de la madrugada cuando los niños empezaban a tener sueño o se acababan los temas de conversación.
Las noches eran oscuras de una oscuridad total y las estrellas al alcance de la mano y en las noches de luna clara se podía jugar afuera con la tia Emilia al gallo ciego, al mantanti lirula, etc.

      La abuela era muy madrugadora se levantaba temprano a hacer el fuego. Ponía troncos grandes de arboles para hacer mucha brasa y mucha ceniza o rescoldo que lo usaba para hacer postres y comiditas.
Ponía el rescoldo caliente en una olla de hierro y ahí largaba el maíz para hacer el AUNCA (es decir pororó, pochoclo o florcitas de maíz como se llama ahora) y lo colocaba  en un jarro grande y le gritaba a mi hermano Ramón que viniera a buscarlo. Mi hermano tenía un jarro de lata de durazno con manijita de alambre de fardo retorcido que servía de taza de desayuno que lo repletaba con esa mezcla de matecocido y pochoclo. Era su mayor felicidad. Mi hermano y yo éramos los únicos nietos en ese momento y ella era cariñosa aunque no demostrativa pero le gustaba prepararnos postres especialmente .El arroz con leche para mi hermano mayor y la mazamorra con leche para mi.
Los maices  que no se abrían  se ponían en un mortero de madera grande de 90 cm de altura o mas quizas y se molían hasta que se hacia una harina, a la cual se le colocaba un poquito de azúcar y agua para poderlo comer como un postre: la HARINITA.
El rescoldo lo utilizaba también para hacer las TORTILLAS AL RESCOLDO, eran altas como pan casero, pero no se asaban al horno sino que se desparramaba el rescoldo, se ponía la tortilla amasada ahí y se tapaba con una lata redonda de dulce de batata y se ponía arriba de la lata brasas encendidas Cuando estaba cocida nos gritaba para que fuéramos a buscar.


  

     Tenía un jardín lleno de plantas: alelíes de distinto colores, albahacas, maravillas. Tenía además sobre un pilar unos tablones largos con  tarritos de distintos tamaños llenos de plantitas diversas y también  distintos recipientes donde se juntaba  el agua de lluvia para multiples usos porque el agua del pueblo era y es muy salitrosa. Un Paraíso gigante en la entrada y un Guayacán enorme atrás. Muy añoso y  muy recordado porque en sus huecos había ratas que fueron las causantes de la peste bubónica que asolo el pueblo.
La abuela tejía a crochet carpetitas y puntillas en hilo finito para los manteles de la virgen.

     Los lunes íbamos al cementerio a llevar velas y flores de papel crepe que se hacían en la casa y que se cambiaban de los nichos cuando amarilleaban o se desteñían  por el sol y las lluvias, para los muertitos de la familia o algún finadito que no recibía vistas de familiares. Quedaba a 5 km del pueblo e ibamos caminando por el callejón a la tardecita o bien temprano en la mañana antes que hiciera calor porque el sol es muy fuerte en mi pueblo, aun en invierno.
En Noviembre, para el Día de los Muertos, la tía Emilia hacia unas hermosas coronas de flores de papel crepe de 50 cm de diámetro, que se vendían a los vecinos y que se encargaban con anticipación. Algunas coronas eran de muchos colores, otras se hacían a pedido solo en blanco y negro, otras solo en violeta y blanco.  No se la razón, tal vez dependía del tiempo que había transcurrido desde el fallecimiento
Las flores mas lindas que se hacían eran rosas, crisantemos hermosos, claveles y calas. Yo la ayudaba a mi tía. Cortabamos papelitos redondos y se hacían caladitos alrededor o retorcíamos los pétalos que se colocaban superpuestos de a 6 u 8 y en el medio le poníamos el alambre y se armaban la flores  Se llevaban en coronas o en ramos y después de dejar las velas y la flores nos volvíamos caminado, charlando o riendo y la tía Emilia hacia bromas que nos perseguían los muertitos o algún loco suelto lo que era motivo de risas y de sustos.
A veces eran muchos los chicos que se unían con nosotros para ir a  visitar el cementerio lo que lo transformaba en una salida festiva.  Venían y  preguntaban: ¿Dona María vamos al cementerio?  y de vuelta volvíamos juntando  mistoles, algarrobas, flores, plantitas, etc. De ahí me debe quedar el gusto de visitar cementerios.

     Los pájaros más recordados son las urpilas, una especie de paloma y los cardenales. No se veían muchos pájaros en el pueblo, si en el monte donde se podían escuchar chalchaleros, loros, cotorras, catitas, lechucitas paradas en los postes que los chicos jugábamos a gritarles: “¡¡¡Te pillan de atrás!!! (significa te agarran de atrás) y las lechucitas curiosas giraban toda la  cabeza, lo que nos divertía

     El tiempo pasa, lo unico que queda es la casa de mi abuela con  la mesa de los santos y los santos, las camas de bronce antiguas, con grandes respaldares, las mantas tejidas a telar,  y las sabanas bordadas a mano por la tía Emilia. Ya no hay arboles ni flores. Solo silencio y soledad. 

     De paso por mi pueblo, el año pasado unas fotos retrataron debajo de una mesa una imagen poco clara, algo como una niña escondida, una sombra, un recuerdo ¿Serán los espíritus guardianes de la casa?







     Este es mi recuerdo de mi abuela María.
                                                                                                      Nilda


                                                 
                                                    Entrada nueva al pueblo




                                                     Antiguo surtidor de Kerosen 




                                                          

                                                            Estación de tren 






                                                               Las vías 




   



                                                      
                                                            Molino harinero 






                                                       Casa del farmacéutico Don Zurita






[i] La cocina consistía en una habitación alejada  a la casa ,  construida con tablones de madera, techo  de chapa o de ramas tipo paja con barro encima  que se endurecía al sol y  sin puerta   donde se prendía el fuego que no se apagaba nunca y que a la noche se lo tapaba con la ceniza y una chapita encima para conservarlo  y que a la mañana siguiente se lo reavivaba. Para reavivar el fuego se juntaban marlos del maíz o ramitas delgadas ( llamadas champas).
Que el fuego se apagara era una contingencia grave. En esos casos se recurría a los vecinos a solicitar unas brasas para volver a encender el fogón.

sábado, 20 de septiembre de 2014

Habia una vez... relatos de Nilda



1939. La tía Emilia

A la tía Emilia le gustaban los niños y los juegos.  En esa época los grandes no jugaban, mucho menos las mujeres. Eran épocas de vestidos largos de percal floreado, pasando la rodilla (una cuarta abajo de la rodilla; un geme, diría mi abuela) de mangas largas y la cabeza adornada con pañuelos.
Era alta, delgada, de ojos color claro como los de Mónica, el cabello castaño claro, fino y lacio que se recogía en un rodete con horquillas formando ondas y hebillitas. Blanquita, bordaba hermosamente manteles, sabanas, fundas, pañuelos con sus iniciales. 
Leía revistas de artistas, que llegaban de casualidad o por encargo y cantaba canciones infantiles en las rondas que hacíamos 

Eran épocas de guardar la compostura y mantenerse serias y distantes. Las tías no sonreían. Las mujeres no podían andar con el pelo revuelto y los vestidos desordenados. Sin embargo ella era divertida, alegre y feliz. No importaban  los regaños de su hermano mayor .  A ella le gustaba jugar.

En las noches que había luna  jugábamos a las escondidas y a atrapar bichitos de luz, (luciernagas) en las noches oscurísimas de 7 de Abril.  Noches donde los tucu tucu eran prendedores de las estrellas . 
Jugábamos al Mantantirulirula, al Arroz con leche, a La Farolera, a la Escondida, al Boton, al cucurucho, etc.

De día íbamos los niños y  la tía a recoger distintos  productos según las estaciones: En el verano, tuna para el arrope, algarroba y mistol para hacer la aloja, la añapa y el bolanchao. En el invierno se juntaba el ají que luego se llevaba a la ciudad a ser vendido.
El ají se juntaba del monte en lonas de arpillera  y luego se ponía al sol para que termine de madurar y se sequen las hoias arriba de un catre. Cuando estaba limpio se  ponía en bolsas de cartón y se llevaba a la ciudad a venderlo a pensiones y casas de comida. 
Con lo que la tía Emilia cobraba de las cosechas, compraba para nosotros en Tucumán   juguetes, bolitas blancas como de arcilla (no eran como las de ahora que son de vidrio), pelotas de goma roja con lineas blancas, lápices de colores y todo lo que le pedíamos. 

También con ella  íbamos a caminar al monte, a juntar flores y  plantitas,  a pasear aprovechando que  los grandes dormían las siestas ardientes.
O caminábamos  por las vías del ferrocarril Belgrano  las noches  que parecían de día con esa luna tan grande, tan clarita y tan cercana y de repente la tía decía que venia el duende o el alma mula o la mujer sin cabeza y los chicos salíamos corriendo y gritando alborotados.
Era divertida, alegre, de risas y carcajadas, bromista y ocurrente. 

Una vez se había escapado de la cárcel de Tucuman un preso que decían que era peligroso y loco. El sargento del pueblo, Don Brito, recorrió  casa por casa alertando a los vecinos del peligro y que tuvieran precaución hasta que lo pudieran recapturar y recomendó cerrar bien las puertas que por lo general no se cerraban. 
Como no había luz eléctrica en esa época, las personas se  acostaron  temprano, asustadas. 
De repente en la oscuridad de la noche  se siente un golpe fuerte en la puerta y no contestaba nadie a la pregunta de ¿QUIEN ES? Todos, chicos y grandes,  asustados y pensando que era el Loco 
Como la situación se prolongaba y los golpes no cesaban y nadie contestaba,  el papá Ramón  decidió salir  y agarrando  la tranca de algarrobo que cruzaba la puerta para asegurarla,  salio  armado con el palo y ordenó  a los niños asustados  esconderse bajo la cama
Al abrir la puerta para correr al loco,  la tía exclamó: ¡¡PARAA, PARA!! Soy yo, Emilia, y salió corriendo para su casa antes que su hermano la alcanzara porque sabía que no se iba a salvar de la tunda que le iba a dar, mientras se escuchaban las carcajadas en la oscuridad. 

En otra ocasión , mi tía me llamo desde su casa que estaba enfrente de la mía, que fuera a buscar un paquete que le habían dejado para mi mamá.

Era una caja de cartón muy linda adornada con una cinta y bien presentada.  La lleve y mi mamá la puso sobre la mesa y la empezó a desatar cuando el sapo saltó, asustado. 
Mi mamá casi se muere del susto!!!!!! 
También en esa ocasión  se escuchaban del otro lado de la calle las carcajadas de mi tía

Hermosos recuerdos de la infancia y de mi tía.