jueves, 11 de febrero de 2010

La ciudad sin Laura





En la ciudad callada y sola mi voz despierta una

profunda resonancia.

Mientras la noche va creciendo pronuncio un

nombre y este nombre me acompaña.

La soledad es poderosa pero sucumbe ante mi voz

enamorada.

No puede haber nada tan fuerte como una voz

cuando esa voz es la del alma.

En el sonido con que suena siento el sonido de

una música lejana.

Y en la energía remota que la mueve siento el calor de

una remota llamarada.

Porque mi voz es una chispa de aquella hoguera

que eterniza lo que abrasa.


Para poblar este desierto me basta y sobra con

decir una palabra.

El dulce nombre que pronuncio para poblar este

desierto es el de Laura.

Las cosas son inteligibles porque este nombre de mujer

las ilumina.

Porque este nombre las arranca de las tinieblas en

que estaban sumergidas.

Una por una recuperan su resplandor espiritual y

resucitan.

Una por una se levantan con el candor y la belleza

que teman.

La obscuridad desaparece mientras el sueño silencioso

se disipa.

Por este nombre de los nombres hasta la muerte sin

palabras tiene vida.

Ya no resuena entre las cosas el gran torrente de las

noches y los días.

El tiempo calla y se detiene para escuchar esta perfecta

melodía.

Mi vida entera permanece porque este nombre que

recuerdo no me olvida.

Porque este nombre me sostiene con emoción desde su

tierna lejanía.

Cuando mi boca lo ignoraba, la soledad era más honda

que el silencio.

Cuando mi boca estaba muda, mi corazón era invisible

como el viento.

Se conocía que vivía por la canción que lo tenía

prisionero.

Pero vivía en otro mundo; para las cosas de este mundo

estaba muerto.

Le pesadumbre de las horas era mas íntima que nunca

en aquel tiempo.

Porque las noches eran largas; porque los días de las noches

eran lentos.

La tierra estaba más obscura porque faltaban las estrellas

en el cielo.

El manantial de donde brota la luz que alumbra el corazón

estaba seco.

¿Qué hubiera sido de mi vida sin este nombre que pronuncio

en el desierto ?

¿Qué hubiera sido de mi vida sin este amor que me acompaña

desde lejos?

Lejos está la dulce causa del corazón, de la cabeza y de la mano.

Pero su ausencia es la del río, que con la fuente que lo llora

vive atado.

Nunca he sentido como ahora la vecindad de la mujer que estoy

cantando.

Cuando el amor está presente no puede haber nada escondido

ni lejano.

La luz del fuego que me alumbra ¿no es la que alumbra el corazón

del ser amado ?

La llamarada que me quema ¿no es la del fuego en que se quema

sin descanso ?

Aunque las leguas se interponen entre nosotros, ya no pueden

separarnos.

Porque el amor que vence al tiempo no puede estar sino a cubierto

del espacio.

Entre la dicha y mi existencia la diferencia que hubo ayer se va

borrando.

El ser que nombro es el que, siendo, me da una vida sin dolor ni

sobresalto.


Francisco L. Bernardez

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