domingo, 18 de julio de 2010

Escrito a mano

Por Guillermo Jaim Etcheverry






¿Cuánto hace que no experimentamos el placer de recibir una carta manuscrita en letra cursiva? La caligrafía es una habilidad humana en rápida extinción, porque ya casi no se enseña en las escuelas.






Cuando se emplea una lapicera, en general se lo hace para escribir con letra de imprenta. Stefano Bartezzaghi y María Novella de Luca, periodistas italianos interesados en el tema, se preguntan si la preocupación por el ocaso de la escritura cursiva responde a la nostalgia o constituye una emergencia cultural. Muchos expertos se inclinan por la última alternativa.






En Inglaterra se vuelve a usar la estilográfica para que los estudiantes aprendan la grafía. En Francia también se considera que no se debe prescindir de esa habilidad, pero allí el problema reside en que ya no la dominan ni los maestros.







Aunque el mundo adulto no está aún preparado para recibir las nuevas inteligencias de los niños producto de la tecnología, la pérdida de la habilidad de la escritura cursiva explica trastornos del aprendizaje que advierten los maestros e inciden en el desempeño escolar.






En la escritura cursiva, el hecho de que las letras estén unidas una a la otra por trazos permite que el pensamiento fluya con armonía de la mente a la hoja de papel. Al ligar las letras con la línea, quien escribe vincula los pensamientos traduciéndolos en palabras.



 

Por su parte, el escribir en letra de imprenta, alternativa que se ha ido imponiendo, implica escindir lo que se piensa en letras, desguazarlo, anular el tiempo de la frase, interrumpir su ritmo y su respiración.






Si bien ya resulta claro que las computadoras son un apéndice de nuestro ser, hay que advertir que favorecen un pensamiento binario, mientras que la escritura a mano es rica, diversa, individual, y nos diferencia a unos de otros.






Habría que educar a los niños desde la infancia en comprender que la escritura responde a su voz interior y representa un ejercicio irrenunciable.


Carta de Garcia Lorca 

Es ilógico suponer que la tendencia actual se revertirá, pero al menos los sistemas de escritura deberían convivir, precisamente por esa calidad que tiene la grafía de ser un lenguaje del alma que hace únicas a las personas. Su abandono convierte al mensaje en frío, casi descarnado, en oposición a la escritura cursiva, que es vehículo y fuente de emociones al revelar la personalidad, el estado de ánimo.


Manuscrito de Unamuno




Posiblemente sea esto lo que los jóvenes temen, y optan por esconderse en la homogeneización que posibilita el recurrir a la letra de imprenta. Porque, como lo destaca Umberto Eco, que interviene activamente en este debate, la escritura cursiva exige componer la frase mentalmente antes de escribirla, requisito que la computadora no sugiere.






En todo caso, la resistencia que ofrecen la pluma y el papel impone una lentitud reflexiva. Muchos escritores, habituados a escribir en un teclado, desearían a veces volver a realizar incisiones en una tableta de arcilla, como los sumerios, para poder pensar con calma. Eco propone que, así como en la era del avión se siguen tripulando barcos a vela, sería auspicioso que los niños aprendieran caligrafía, para educarse en lo bello y para facilitar su desarrollo psicomotor.






Como en tantos otros aspectos de la sociedad actual, surge aquí la centralidad del tiempo. Un artículo reciente en la revista Time, titulado Duelo por la muerte de la escritura a mano, señala que es ése un arte perdido, ya que, aunque los chicos lo aprenden con placer porque lo consideran un rito de pasaje, "nuestro objetivo es expresar el pensamiento lo más rápidamente posible. Hemos abandonado la belleza por la velocidad, la artesanía por la eficiencia. Y, sí -admite su autora, Claire Suddath-, tal vez seamos algo más perezosos.






La escritura cursiva parece condenada a seguir el camino del latín: dentro de un tiempo, no la podremos leer". Abriendo una tímida ventana a la individualidad, aún firmamos a mano. Por poco tiempo.

miércoles, 14 de julio de 2010

El Whipala: Bandera y emblema de las culturas andinas

Bandera y emblema de las culturas andinas








Whipala, Símbolo de la Nación Andina


Se puede decir que la primera bandera boliviana data desde los tiempos del Tahuantinsuyo, o sea muchísimos años antes de la Conquista española. Nuestros antepasados ya usaron banderas multicolores de tela, que llamaron Whipala, las que se componían de doce cuadrados iguales, de diferentes colores, tomados del arco iris. Dicha Whipala, bandera, representaba al Tahuantinsuyo que estaba dividido en cuatro partes iguales llamados “suyos”, tomando las dos sílabas últimas del Tahuantinsuyo. Así tenemos: el Chinchasuyo, el Collasuyo, el Cuntisuyo y el Antisuyo. Parece que todos ellos estuvieron orientados en los cuatro puntos cardinales, de los cuales se desprende que nuestra bandera se origina de la época del Collasuyo. 
















La Whipala es bastante más que la bandera y el emblema de la nación Andina y de los Aymara Quishwa, es la representación de su filosofía andina y, actualmente, el símbolo de la resurrección de la cultura que fluyó de los primordiales Cuatro Estados del Tiwantinsuyo.


Durante muchos años la colonia española prohibió la sagrada Whipala que hoy vuelve a ser reconocida y comprendida a pesar de las eras de persecución y el intento de borrar su significado.


  Brevísima introducción a su simbolismo.



La Whipala está compuesta de 49 espacios con los siete colores del arco iris.


En el centro está atravesada por una franja de siete cuadrados blancos que simbolizan las Markas y Suyus, es decir la colectividad y la unidad en la diversidad geográfica y étnica de los Andes. Esta franja representa también al principio de la dualidad, así como la complementariedad de los opuestos, por lo tanto unión de los espacios; y así la oposición complementaria o fuerza de la dualidad, es decir: fertilidad, unión de los seres y, por consiguiente, la transformación de la naturaleza y los humanos que implica el camino vital, y la búsqueda a la que éste nos impulsa.



Sus Cuatro Lados


Los cuatro lados de la Whipala conmemoran tanto a los Cuatro Hermanos Míticos; Ayar-kachi, Ayar-uchu, Ayar-laq'a y Ayar-k'allku, quienes fueron los precursores de los Cuatro Estados originales del Tawantinsuyu; así como simbolizan al calendario Cósmico de los Aymará Quishwa; las cuatro épocas del año divididas por las cuatro festividades que las conmemoran: JUYPHI-PACHA o estación fría, LAPAKA-PACHA, estación del calor, JALLU-PACH-A, estación de la lluvia, y finalmente, AWTI-PACHA o estación seca.




Los Siete Colores del Arco Iris





ROJO: representa al planeta Tierra (aka-pacha) así como al conocimiento de los AMAWTAS.


NARANJA: representa la sociedad; expresa la preservación y procreación de la especie; así como salud y los conocimientos de la medicina; también a la educación y juventud.


AMARILLO: Energía y fuerza (ch'ama-pacha), doctrina del Pacha-kama y Pacha-mama; dualidad; leyes y normas de la práctica colectiva.


BLANCO: representa al tiempo y a su dialéctica (jaya-pacha), transformación; el arte y el trabajo, reciprocidad.


VERDE: Para algunos representa a la economía y la producción andina; riquezas naturales, Tierra y territorialidad, así como la flora y fauna que es también considerada un don.


AZUL: Espacio cósmico, el infinito (araxa- pacha), es la expresión de los sistemas estelares y de los fenómenos naturales.


VIOLETA: Expresión del pueblo y del poder comunitario; estado, organizaciones sociales, intercambio.




La Whipala y la Simbología Matemática



Para interpretar la simbología matemática de la Whipala, debemos remontarnos a la idea del calendario, el cual podemos leer de tres maneras complementarias:


Verticalmente, horizontalmente y diagonalmente, lo cual conforma el AWAKU andino.


La parte superior de la Whipala se identifica con el Sol, el día y la parte de inferior con la Luna, es decir, la noche. La Whipala permite que a través del cálculo matemático sean previstas las fechas de los equinoccios, solsticios y eclipses.


En el calendario andino la “Luna anual” tiene trece meses divididos en 28 días, entretanto el “Sol anual” tiene 12 meses constituidos por 8 meses de 30 días más cuatro de 31 jornadas, lo cual al sumarse nos da un total de 364 días, más un día; el llamado JACH'A-URU o Día Grande.



Por: Bruno Serrano Navarro

Fuentes:


www.katari.org


www.revista.serindigena.cl/props/public_html/?module=displaystory&story_id=737&format=html


Copyright:revista.serindigena.cl de el 13-12-2005 consulta on line el 14 de julio de 2010





























lunes, 5 de julio de 2010

Krygi volvió a su tierra. Restitución de un Museo argentino



Después de muchos años, un Museo argentino,  devolvió los restos humanos de una aché secuestrada después de la matanza de su familia en el Chaco paraguayo, hace 114 años. Es la primera restitución que trasciende las fronteras de los actuales Estados.






Corría 1896 cuando un estanciero de Samoa, en el Chaco paraguayo, produjo una sangrienta matanza en un campamento aché, en represalia por la faena de un caballo “de su propiedad”.

Los perpetradores blancos portaban fusiles, aunque algunos indígenas fueron ultimados a machetazos, según sus propias crónicas. Produjeron una masacre. Y se apropiaron de una niña que sobrevivió, a la que bautizaron Damiana, ya que el día de su captura era, según el calendario católico, San Damián. Con la misma impunidad, llamaban a la comunidad violentada “guayaquí”, que en guaraní significa “ratón de campo”.






“La pequeña Damiana, abandonada en el transcurso de esa escena de carnicería, fue de inmediato apañada y conducida a Sandoa donde hoy es educada por los matadores de los suyos”, relató Charles de la Hitte, allegado al antropólogo Herman Ten Kate, que trabajó en el Museo de La Plata a fines del siglo XIX.






El doctor Ten Kate midió y estudió el esqueleto de una mujer vieja que nunca tuvo sepultura. Más tarde, el alemán Robert Lehmann-Nitsche, jefe de la Sección Antropología, examinó y dedicó un artículo en la Revista del Museo a la pequeña sobreviviente de aquel ataque.

Tras pasar un par de años con los asesinos de su familia, “Damiana” había sido trasladada a Argentina para servir como mucama en la casa de Alejandro Korn, fundador y director del Hospital de Melchor Romero.






“Es en la casa de Korn donde Lehmann-Nitsche la somete a medidas antropométricas, con todo lo que significa desde el punto de vista de la desnudez de esa niña, de la manipulación, de las medidas que le ha tomado”, cuenta hoy la antropóloga Patricia Arenas, que tomó contacto con la historia de la niña hace diez años, al encontrar un texto que el alemán publicó en 1908, ilustrado con su foto: “Es una Damiana desnudita, con las manitos ahí atrás, con una piernita que intenta tapar su desnudez”.






Se calcula que tenía 14 años. Su expresión cabizbaja y sin ropa despierta la sospecha del trato abusivo que pudo haber recibido al pasar de mano en mano. “Consideraba los actos sexuales como la cosa más natural del mundo y se entregaba a satisfacer sus deseos con la espontaneidad instintiva de un ser ingenuo”, apuntó también el jefe de Antropología del Museo, cuyo interés por el caso de la “India Guayaquí” era análogo al que había tenido Ten Kate: medir, observar y comparar con las referencias de las niñas germánicas de la época. La política de la antropología que producían era claro: querían mostrar la superioridad de los occidentales, blancos y cristianos.






“Era demasiado libertina para una familia burguesa como la de Korn”, evoca Arenas. Alarmado por la conducta de la adolescente, el filósofo terminó internándola, primero en su propio nosocomio y luego en una “casa de corrección”. Aquella ignominia ni siquiera concluyó con su temprana muerte, atacada por la tisis: su cuerpo volvió al Museo de La Plata, donde los científicos le cortaron la cabeza y la enviaron a la Sociedad Antropológica de Berlín.






Esta historia permaneció prácticamente olvidada hasta que Patricia Arenas publicó un artículo en Página/12, en noviembre de 2005. Poco más de un año después, se contactó con ella el Grupo Universitario de Investigación en Antropología (GUIAS), formado por estudiantes y graduados que impulsan la restitución de restos atesorados en el Museo de La Plata, históricamente reticente a entregar lo que considera parte de su “patrimonio”.






El genocidio cometido por el Estado en el siglo XIX es el infame origen de buena parte de más de 10.000 “piezas” humanas que hoy conserva esa institución inaugurada en 1885, que recibió cadáveres y pertenencias de las víctimas del avance militar sobre el sur y el Chaco, como así también restos fueron saqueados de cementerios. Hubo incluso indígenas asesinados por los propios “científicos” del Museo, y un grupo que vivió cautivo allí, como una “exposición viviente”. Una vez muertos fueron descarnados y expuestos en las vitrinas. Más tarde la “colección” quedó abandonada en cajones de madera arrumbados en sucios depósitos.






Con tesón militante, durante todo el 2006 los jóvenes de GUIAS hicieron trabajos de ordenamiento y relocalización de los restos atesorados por el Museo de La Plata, muchos de ellos en críticas condiciones de conservación. Entre más de treinta que pudieron ser identificados estaba “Damiana”. Figuraba en un catálogo inédito de la Sección Antopología, donde se consigna el envío de la cabeza al alemán Hans Virchow.






Desde entonces, junto a la antropóloga tucumana promovieron que la comunidad aché de Paraguay iniciara un reclamo de restitución. “Ellos estaban muy cansados, como comunidad, de antropólogos que con muy malas prácticas los buscaban para sacarles sangre, para tomarles fotos, para medirlos. Nosotros pasamos muchas pruebas tratando de explicarles que ese no era nuestro objetivo”, recuerda Arenas. “Ahí empieza un largo expediente, donde hubo varios obstáculos.






Uno fue comprender que no se le devolvía a una familia, ni se devolvía por una prueba de identidad y filiación genética, sino que se devolvía una mujer a una comunidad de origen”. Los aché lograron consensos internos, se confederaron y sostuvieron el reclamo. Finalmente, la semana pasada, a tres años de iniciado el expediente, se produjo la histórica repatriación de “Damiana”, rebautizada Krygi, a su comunidad de origen.






“Este es un hecho inédito. Es la primera vez que se está haciendo esta clase de restitución. Nunca hubo en Paraguay”, remarcó el jueves pasado Emiliano Mbejyvagi, Coordinador General de la Federación Nativa Aché, en un acto realizado en el Museo de La Plata, “este lugar triste donde murieron muchos hermanos”. “Esto puede ser el inicio, para que todos los pueblos indígenas de mi país también tomen conciencia de la importancia de la recuperación de la memoria histórica de cada pueblo”. Por la tarde, Mbejyvagi y toda la comitiva que participó de la restitución viajaron de regreso a Paraguay con los restos Krygi y otra persona de origen aché, no identificada.






Del otro lado de la frontera los esperaban representantes de las comunidades indígenas y otro acto formal, denominado “Reparación histórica y social”, que se realizó en el Museo de las Memorias, ex oficina de inteligencia y torturas durante la dictadura de Alfredo Stroessner (1954-1989), que diezmó al pueblo Aché. Allí, frente a los féretros envueltos en mantas rave, Mbejyvági habló en su lengua ancestral y pidió a sus dioses paz y tranquilidad para una comunidad que todavía hoy sufre la discriminación. Finalmente, la tarde del viernes los ancianos de la comunidad dieron el entierro final en Ypetîmi, en los bosques Caazapá, testigos de las masacre cometidas contra los aché en los siglos XIX y XX.






El pueblo aché es una de las veinte etnias que conviven en Paraguay. Hoy reducido a siete comunidades, llegó a ocupar 30.000 km2 del actual. Son alrededor de 350 familias y no superan las 1500 personas. En los primeros ocho meses del actual gobierno de Fernando Lugo, una aché fue ministra de Asuntos Indígenas.






Quienes encabezaron el reclamo que logró este hito histórico –una restitución que traspasó las actuales fronteras de Estados nacionales- no dan el asunto por terminado. “Vamos a ir reclamando todos los huesos que están dentro de museos del Paraguay, me parece este un buen ejemplo donde un país reconoce el reclamo legítimo de un pueblo originario”, anunció Mbejyvági en La Plata, donde también dejó un reclamo pendiente: la devolución de otros restos humanos aché y todas las objetos de esa comunidad que integran las colecciones etnográficas, ya que “fueron obtenidas de manera ilegal, violenta”.






En el Museo platense, donde todavía hay una treintena de restos identificados sin restituir, cada reclamo por el estilo provoca un tembladeral. Todavía hay quienes se oponen en voz baja y ponen trabas a lo que consideran una “pérdida del patrimonio”. Las autoridades, por su parte, se jactan de los consensos logrados “respetando los tiempos de todos”, y exhiben como un éxito la sala “Espejos culturales”, que reemplazó la que hasta 2006 tuvo restos humanos en exhibición. En esa nueva exposición, los objetos de la comunidad de Krygi están identificados con un cartel que los nombra como Guayaquíes, como decían los perpetradores, burlándose de una supuesta “cara de ratón”. Aché, en cambio, significa “los que hablan, las personas”.