lunes, 5 de julio de 2010

Krygi volvió a su tierra. Restitución de un Museo argentino



Después de muchos años, un Museo argentino,  devolvió los restos humanos de una aché secuestrada después de la matanza de su familia en el Chaco paraguayo, hace 114 años. Es la primera restitución que trasciende las fronteras de los actuales Estados.






Corría 1896 cuando un estanciero de Samoa, en el Chaco paraguayo, produjo una sangrienta matanza en un campamento aché, en represalia por la faena de un caballo “de su propiedad”.

Los perpetradores blancos portaban fusiles, aunque algunos indígenas fueron ultimados a machetazos, según sus propias crónicas. Produjeron una masacre. Y se apropiaron de una niña que sobrevivió, a la que bautizaron Damiana, ya que el día de su captura era, según el calendario católico, San Damián. Con la misma impunidad, llamaban a la comunidad violentada “guayaquí”, que en guaraní significa “ratón de campo”.






“La pequeña Damiana, abandonada en el transcurso de esa escena de carnicería, fue de inmediato apañada y conducida a Sandoa donde hoy es educada por los matadores de los suyos”, relató Charles de la Hitte, allegado al antropólogo Herman Ten Kate, que trabajó en el Museo de La Plata a fines del siglo XIX.






El doctor Ten Kate midió y estudió el esqueleto de una mujer vieja que nunca tuvo sepultura. Más tarde, el alemán Robert Lehmann-Nitsche, jefe de la Sección Antropología, examinó y dedicó un artículo en la Revista del Museo a la pequeña sobreviviente de aquel ataque.

Tras pasar un par de años con los asesinos de su familia, “Damiana” había sido trasladada a Argentina para servir como mucama en la casa de Alejandro Korn, fundador y director del Hospital de Melchor Romero.






“Es en la casa de Korn donde Lehmann-Nitsche la somete a medidas antropométricas, con todo lo que significa desde el punto de vista de la desnudez de esa niña, de la manipulación, de las medidas que le ha tomado”, cuenta hoy la antropóloga Patricia Arenas, que tomó contacto con la historia de la niña hace diez años, al encontrar un texto que el alemán publicó en 1908, ilustrado con su foto: “Es una Damiana desnudita, con las manitos ahí atrás, con una piernita que intenta tapar su desnudez”.






Se calcula que tenía 14 años. Su expresión cabizbaja y sin ropa despierta la sospecha del trato abusivo que pudo haber recibido al pasar de mano en mano. “Consideraba los actos sexuales como la cosa más natural del mundo y se entregaba a satisfacer sus deseos con la espontaneidad instintiva de un ser ingenuo”, apuntó también el jefe de Antropología del Museo, cuyo interés por el caso de la “India Guayaquí” era análogo al que había tenido Ten Kate: medir, observar y comparar con las referencias de las niñas germánicas de la época. La política de la antropología que producían era claro: querían mostrar la superioridad de los occidentales, blancos y cristianos.






“Era demasiado libertina para una familia burguesa como la de Korn”, evoca Arenas. Alarmado por la conducta de la adolescente, el filósofo terminó internándola, primero en su propio nosocomio y luego en una “casa de corrección”. Aquella ignominia ni siquiera concluyó con su temprana muerte, atacada por la tisis: su cuerpo volvió al Museo de La Plata, donde los científicos le cortaron la cabeza y la enviaron a la Sociedad Antropológica de Berlín.






Esta historia permaneció prácticamente olvidada hasta que Patricia Arenas publicó un artículo en Página/12, en noviembre de 2005. Poco más de un año después, se contactó con ella el Grupo Universitario de Investigación en Antropología (GUIAS), formado por estudiantes y graduados que impulsan la restitución de restos atesorados en el Museo de La Plata, históricamente reticente a entregar lo que considera parte de su “patrimonio”.






El genocidio cometido por el Estado en el siglo XIX es el infame origen de buena parte de más de 10.000 “piezas” humanas que hoy conserva esa institución inaugurada en 1885, que recibió cadáveres y pertenencias de las víctimas del avance militar sobre el sur y el Chaco, como así también restos fueron saqueados de cementerios. Hubo incluso indígenas asesinados por los propios “científicos” del Museo, y un grupo que vivió cautivo allí, como una “exposición viviente”. Una vez muertos fueron descarnados y expuestos en las vitrinas. Más tarde la “colección” quedó abandonada en cajones de madera arrumbados en sucios depósitos.






Con tesón militante, durante todo el 2006 los jóvenes de GUIAS hicieron trabajos de ordenamiento y relocalización de los restos atesorados por el Museo de La Plata, muchos de ellos en críticas condiciones de conservación. Entre más de treinta que pudieron ser identificados estaba “Damiana”. Figuraba en un catálogo inédito de la Sección Antopología, donde se consigna el envío de la cabeza al alemán Hans Virchow.






Desde entonces, junto a la antropóloga tucumana promovieron que la comunidad aché de Paraguay iniciara un reclamo de restitución. “Ellos estaban muy cansados, como comunidad, de antropólogos que con muy malas prácticas los buscaban para sacarles sangre, para tomarles fotos, para medirlos. Nosotros pasamos muchas pruebas tratando de explicarles que ese no era nuestro objetivo”, recuerda Arenas. “Ahí empieza un largo expediente, donde hubo varios obstáculos.






Uno fue comprender que no se le devolvía a una familia, ni se devolvía por una prueba de identidad y filiación genética, sino que se devolvía una mujer a una comunidad de origen”. Los aché lograron consensos internos, se confederaron y sostuvieron el reclamo. Finalmente, la semana pasada, a tres años de iniciado el expediente, se produjo la histórica repatriación de “Damiana”, rebautizada Krygi, a su comunidad de origen.






“Este es un hecho inédito. Es la primera vez que se está haciendo esta clase de restitución. Nunca hubo en Paraguay”, remarcó el jueves pasado Emiliano Mbejyvagi, Coordinador General de la Federación Nativa Aché, en un acto realizado en el Museo de La Plata, “este lugar triste donde murieron muchos hermanos”. “Esto puede ser el inicio, para que todos los pueblos indígenas de mi país también tomen conciencia de la importancia de la recuperación de la memoria histórica de cada pueblo”. Por la tarde, Mbejyvagi y toda la comitiva que participó de la restitución viajaron de regreso a Paraguay con los restos Krygi y otra persona de origen aché, no identificada.






Del otro lado de la frontera los esperaban representantes de las comunidades indígenas y otro acto formal, denominado “Reparación histórica y social”, que se realizó en el Museo de las Memorias, ex oficina de inteligencia y torturas durante la dictadura de Alfredo Stroessner (1954-1989), que diezmó al pueblo Aché. Allí, frente a los féretros envueltos en mantas rave, Mbejyvági habló en su lengua ancestral y pidió a sus dioses paz y tranquilidad para una comunidad que todavía hoy sufre la discriminación. Finalmente, la tarde del viernes los ancianos de la comunidad dieron el entierro final en Ypetîmi, en los bosques Caazapá, testigos de las masacre cometidas contra los aché en los siglos XIX y XX.






El pueblo aché es una de las veinte etnias que conviven en Paraguay. Hoy reducido a siete comunidades, llegó a ocupar 30.000 km2 del actual. Son alrededor de 350 familias y no superan las 1500 personas. En los primeros ocho meses del actual gobierno de Fernando Lugo, una aché fue ministra de Asuntos Indígenas.






Quienes encabezaron el reclamo que logró este hito histórico –una restitución que traspasó las actuales fronteras de Estados nacionales- no dan el asunto por terminado. “Vamos a ir reclamando todos los huesos que están dentro de museos del Paraguay, me parece este un buen ejemplo donde un país reconoce el reclamo legítimo de un pueblo originario”, anunció Mbejyvági en La Plata, donde también dejó un reclamo pendiente: la devolución de otros restos humanos aché y todas las objetos de esa comunidad que integran las colecciones etnográficas, ya que “fueron obtenidas de manera ilegal, violenta”.






En el Museo platense, donde todavía hay una treintena de restos identificados sin restituir, cada reclamo por el estilo provoca un tembladeral. Todavía hay quienes se oponen en voz baja y ponen trabas a lo que consideran una “pérdida del patrimonio”. Las autoridades, por su parte, se jactan de los consensos logrados “respetando los tiempos de todos”, y exhiben como un éxito la sala “Espejos culturales”, que reemplazó la que hasta 2006 tuvo restos humanos en exhibición. En esa nueva exposición, los objetos de la comunidad de Krygi están identificados con un cartel que los nombra como Guayaquíes, como decían los perpetradores, burlándose de una supuesta “cara de ratón”. Aché, en cambio, significa “los que hablan, las personas”.



No hay comentarios.:

Publicar un comentario